El conocimiento y experiencia que las personas tenemos del cuerpo constituye una realidad compleja, determinada tanto por factores de carácter biológicos, psíquicos, como por el contexto cultural e histórico en que vivimos.
El cuerpo es un objeto privado e individual, es decir, objeto de una experiencia directa, personal y vivencial. Es fuente de sensaciones, mensajes y de emociones. En él se expresa la historia personal y social de cada individuo. Como objeto personal y privado, el cuerpo es también, la fuente principal de experiencias ligadas al dolor, enfermedad, violencia, sexualidad y trabajo.
Las percepciones, conocimientos, vivencias y valores que la mujer tiene respecto de su cuerpo aparecen sin duda asociadas a la ubicación social y contexto cultural. Así, entonces, diferentes condiciones de vida de la mujer determinan representaciones sociales del cuerpo también diversas.
Sin embargo, en general las mujeres, independientemente del sector social, tienen una representación de su cuerpo marcada por la instrumentalidad y la disociación. El cuerpo es un instrumento, un objeto para “hacer”, para realizar diversas funciones de carácter social, reproductivas y productivas. El carácter instrumental del cuerpo se presenta junto a otra circunstancia clave en la vida de la mujer: la maternidad.
Maternidad y cuerpo son los elementos constitutivos de una identidad disociada. Por una parte, nos encontramos con que la maternidad es para la mujer el eje desde el cual ella construye su identidad. Ser madre es para la mujer más que un hecho biológico, es un valor, es reconocimiento social, es “ser mujer”.
En esta construcción social, donde la maternidad tiene un lugar primordial, la mujer deja fuera su cuerpo. Éste forma parte de otro universo, de lo terrenal, cotidiano, etc. La disociación entre cuerpo y maternidad expresa claramente la identidad disociada, tensionada de la mujer. Por un lado, la maternidad constituida como un ideal y expresión máxima de amor y entrega. Por el otro lado, está la realidad corporal, el cuerpo como una realidad externa y sometido a un uso cotidiano, muchas veces contradictorio con el estereotipo de ser mujer-madre.
Fragmentación, idealización, rechazo, dan cuenta de la relación de la mujer con su cuerpo. La vivencia y percepción del cuerpo disociados, ser mujer-madre, tiene ciertamente efectos negativos para la salud física y emocional de las mujeres.
La mujer aliena y reprime las partes que considera o evalúa como negativas o desagradables. El cuerpo aparece como “ajeno” a ellas mismas, lo cual es fomentado por las concepciones de ideales de belleza imperantes en nuestra sociedad actual.
Cuando una mujer aliena, dicotomiza su cuerpo y parte de sí misma, se coloca en una posición de constante conflicto y lucha interna.
La existencia de fragmentaciones en relación al cuerpo y por tanto a la identidad, favorece la emergencia de problemas emocionales, expresados a través de un desorden de la alimentación y de graves conflictos de autoimagen. Las últimas investigaciones hablan del incremento de estos desórdenes y la mayor frecuencia ocurre en las mujeres. Sin embargo, este dato no siempre ha sido incorporado en su real dimensión en el abordaje de estos problemas.
Las mujeres en su gran mayoría, viven sus cuerpos como verdaderos campos de batalla; las armas se convierten en bisturíes o en una variedad infinita de técnicas y tratamientos para bajar de peso, disminuir la talla, mantenerse jóvenes, etc. La autoestima promete responder de maravillas a toda gama de cambios que las cirugías plásticas y los tratamientos de adelgazamientos tienen para ofrecer. En su gran mayoría, los productos y alimentos que se ofrecen como “dietéticos”, hacen que la gente se confunda con que son “sanos” y nada más alejado de esa realidad.
La industria de los productos y tratamientos para adelgazar, mueven cada año billones de dólares y además, es un negocio que se va perpetuando, ya que la gente va cambiando de médicos y tratamientos en la medida que no logran cumplir con sus “expectativas”. Expectativas, que por demás está decir, son poco realistas y engañosas. Las mujeres viven estos temas con un nivel de sufrimiento tan alto que son capaces de hacer y creerse cualquier cosa que les vendan. Los juzgados están llenos de demandas a profesionales por los “errores” que se cometen y las consecuencias que acarrean estos errores y que pocas veces salen a la luz pública.
¿Puede un cambio físico alterar la identidad y autovaloración de una mujer? ¿ O en realidad, está sencillamente obedeciendo al mandato de ser “delgada” y “joven”?
Muchas mujeres intentan “curar” el alma por medio de estos cambios en el cuerpo y ahí comienza la batalla.
“Espejo, espejito, dime que soy la más bella”. Las relaciones que mantenemos con nuestros espejos son tan exigentes como complejas. Hay mañanas en que el espejo nos sonríe, hay otras en que se muestra despiadado. Por ejemplo, una pequeña observación puede hacernos hundir en la desesperación o una mirada de aprobación por el contrario, hacernos sentir excelentes.
Nuestras relaciones con la apariencia, con nuestra imagen corporal, están marcadas por el sello de la incertidumbre.
Aún criticable, imperfecta, nuestra imagen es el puente que nos une al mundo exterior, a los otros. Decididamente, el peso de nuestra apariencia es muy grande.
A tal punto esto es así, que en el mundo se venden dos muñecas Barbie por segundo. Los trabajos científicos que se hayan hecho en relación a este fenómeno, reconocen que es un modelo con el cual las niñas se identifican. Hay países, donde niñas de siete años hacen dieta!!!!!
Sus defensores le conceden el mérito de haber permitido a las futuras mujeres abandonar el papel exclusivo de madre-ama de casa para asumirse como aspirante a sex-symbol. Sus detractores atribuyen a su cintura apretada y a sus piernas larguísimas el haber impuesto un “ideal de figura”, para la gran mayoría imposible de lograr, sino es con conductas que muchas veces las ponen en situaciones de riesgo.
Algunas investigaciones relacionan en forma bastante directa, los desórdenes de la alimentación en ascenso de las adolescentes de Occidente, con los modelos de silueta que la sociedad impone a las mujeres como MUJER DELGADA = MUJER ÉXITO.
La Barbie, no es la responsable absoluta de este estado de cosas, pero sí se le atribuye el contribuir a fomentar el deseo de un cuerpo excepcional. También, contribuyen los medios de comunicación, donde la publicidad dispara una serie de mensajes contradictorios donde se observa a mujeres hiper-delgadas vendiendo productos hiper-calóricos. A su vez, la ropa de moda, en los últimos tiempos, han ido disminuyendo, en algunos casos, hasta 4 cm. Las tallas.
Hoy día para la mayoría de las adolescentes y mujeres de otras edades, acceder a un extra-small (XS), se convierte en el máximo objetivo, donde con tal de alcanzarlo no importan las consecuencias que puedan tener en su salud física y mental.
Para Eva Gibert, “es posible que las niñas actuales sueñen ser ellas mismas la Barbie. Y no sólo con parecerse a esa muñeca sino también, en tener madres como ella: delgadas, elegantes, deportistas, etc”.
Como afirma una importante empresa de productos cosméticos en su campaña de autoestima, “somos 3.000 millones de mujeres en el mundo y sólo 8 son supermodelos.
Según lo desarrollado hasta aquí, pareciera que el cuerpo se ha convertido en un campo de batalla donde vivimos nuestros conflictos de identidad. Pareciera que existe una creencia mágica muy fuertemente instalada, que un conflicto interno se resuelve, solucionando un problema externo.
Retomando el concepto del cuerpo como fuente de sensaciones, de mensajes y de emociones. El abordaje de estos conflictos apuntarán a que las mujeres puedan hacer consciente, sentir y desentrañar en cada síntoma un mensaje. Así el lenguaje del cuerpo es revelador y desde el punto de vista terapéutico, el abordaje de los síntomas es de vital importancia ya que todas las emociones tienen un correlato en lo corporal.
En el cuerpo y en sus síntomas, se encuentra la biografía de las personas, sus “dolores” y sufrimiento. En lugar, de anestesiarlo y maltratarlo, con diversas adicciones ( como alcohol, comida, tabaco, drogas, actividad física compulsiva y cirugías estéticas ); nos atreviéramos a verlo, como una fuente riquísima de sabiduría acerca de nosotras mismas, de lo que necesitamos, nos hace bien y nos “sana”. El desafío consiste en escucharlo y en descifrar sus mensajes.
A modo de conclusión, las mujeres somos diversas. No existe una sola forma de ser mujer. Si reconociéramos la diversidad de mujeres que hay en nosotras, la diversidad de sentimientos, emociones, intereses, apariencias físicas, olores, gustos y estilos de vida; reconoceríamos y recuperaríamos una enorme energía y poder de vida, que podrían volcarse en diversas áreas de desarrollo y creación.
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